sábado, 7 de julio de 2012

Desahucio del C.S.A. Al Trajín. Protesta en el Rectorado.

Apaga y Vámonos. Desahucio del C.S.A. Al Trajín.

Apaga y Vámonos estuvo en la concentración que tuvo lugar en el Rectorado de la Universidad de Murcia para protestar por el cierre del Centro Social Autogestionado (C.S.A.) Al Trajín 



Click en "Play" para escuchar

Click aquí para descargar / SmartPhone








JOSE DANIEL ESPEJO:

El desalojo del Centro Social Autogestionado (CSA) Al Trajín, en el barrio del Carmen, de la capital, se ha producido poco después de escribir las siguientes líneas. El CSA se ubicaba en unas viejas instalaciones deportivas de la Universidad de Murcia, el Pabellón Zarandona, cerradas y en desuso desde hace años. Después de producido el desaguisado, volverán a acumular polvo unos cuantos años más.

Estamos acostumbrados a oír, con respecto a la crisis, que la fractura en el tejido económico es tan grave que se ha producido una singularidad, y las viejas estructuras del capitalismo han quedado en suspenso al menos hasta que se produzcan no sé qué brotes verdes. Es decir, que no debemos protestar si vemos que los mermados recursos públicos son acaparados para taponar el inmenso agujero financiero, porque las circunstancias son tan excepcionales que justifican hacer tabula rasa y que todo pueda suceder. Es inevitable sin embargo preguntarse por el alcance y la dirección de este replanteamiento, que hasta ahora ha permitido inmensos recortes en los derechos y servicios de la población, la suspensión de la consulta popular (y hasta de la mera comparecencia de los gobernantes para explicar sus medidas), la reforma de la Constitución en sentido neoliberal y una ampliación escalofriante de los poderes represivos del Estado, pero que no consiente ni la simple creación de una comisión de investigación sobre la responsabilidad de los directivos de Bankia en la catástrofe, en el otro sentido. Hay muchos otros ejemplos de medidas, que uno creería de puro sentido común, que en medio del caos y el sálvese quien pueda son consideradas utópicas: la persecución del fraude, la lucha contra la especulación, la protección de la población más desguarnecida. Vivimos tiempos extraordinarios, nos dicen, y por ello es normal proteger a los defraudadores mediante leyes de amnistía. Esos tiempos tan extraordinarios no lo son tanto como para tratar de frenar el desahucio de miles de familias en paro: ésos tienen que ir a la calle como Dios manda, y si protestan, por ejemplo entrando a la catedral de la Almudena a exponer su angustia y despojamiento, lo normal es que Rouco Varela exija la intervención de las Fuerzas y Cuerpos para expulsarlos en el acto. No hay singularidad aquí. Nada que justifique un replanteamiento. Tampoco pagará la iglesia IBI ni dejaremos de financiarla con nuestros impuestos. Eso sí, la caja de ahorros episcopal, Cajasur, será rescatada con miles de millones de euros públicos. Las circunstancias, en este caso, son tan excepcionales que aconsejan el atraco.

Esa paradoja es el sapo que el sistema bipartidista de pensamiento único, con todo su inmenso aparato de propaganda, apenas puede hacer tragar a la ciudadanía. La crisis del periodismo tradicional se ve agravada por una acusada tendencia a la esquizofrenia informativa en este asunto, y podemos ver a un señor Financial Times clamando contra la política caníbal de Merkel un día y celebrando la victoria de un partido ´pro-euro´ en Grecia (por cierto, el mismo que la condujo al desastre) al día siguiente. El ejemplo más sangrante en nuestro entorno es el de El País, con una línea editorial bipolar capaz de condenar y jurar fidelidad al establishment (incluida la Corona) en días consecutivos, o hasta en la misma edición.

Obviamente, no son los medios los únicos esquizofrénicos. La Universidad de Murcia, acosada por una política de recortes educativos, un largo y asfixiante impago por parte de la Comunidad Autónoma y una reforma institucional impuesta desde Bolonia (la Estrategia Universidad 2015) salvaje y rayana en el darwinismo social, tiene todo el derecho del mundo a quejarse y a emprender acciones de protesta. De hecho, se echan de menos medidas más enérgicas de condena de todo lo anterior, que va a suponer para la casa despidos masivos de PAS y PDI, un deterioro radical de la calidad educativa y la imposición (entre otros insultos a la configuración ontológica de la institución) de sentar en los claustros, con voz y voto, a empresarios murcianos. En este contexto, parece poco justificable la profusión de esfuerzos que el rectorado ha desplegado para desalojar el CSA Al Trajín, y poco ético el recurso, tan común como antidemocrático, de esperar a que los estudiantes estén dispersos por las vacaciones de verano, lo que dificulta las movilizaciones de defensa del centro. La pregunta es obvia: ¿qué diferencia esta política, autoritaria, unilateral y sibilina, de la que se practica en Bruselas, Madrid y el Palacio de San Esteban, y que está ahogando la universidad pública? La respuesta también es obvia.
Desde que empezó la crisis, hay una ciudadanía no Vestida con traje y corbata que busca soluciones a través del empoderamiento colectivo, la autogestión, la solidaridad y la información no mediada. Aquí llamamos a todo eso 15M, pero el movimiento es internacional, tiene sus raíces en el espíritu de Seattle y la oposición a la globalización, y constituye el tronco común de fenómenos como los ´bancos de tiempo´ en la Argentina del corralito (algunos con dos millones de usuarios), los movimientos obreros responsables de la primavera árabe o las revueltas civiles que sacuden EE UU bajo el hashtag #Occupy. El principio básico es tan simple como éste: pensar mundos posibles alternativos al del pensamiento único, y empezar a construirlos en la calle, en el barrio, en la comunidad. Un ´pensar global, actuar local´ que llevó a un grupo de activistas a ocupar el Pabellón Zarandona hace ahora seis meses y recuperarlo para la ciudadanía, llenarlo de actividad y vida, de posibilidades, de encuentros, de comunidad. Un lugar al que iba mi chica por las mañanas a hacer yoga, mis vecinos pequeños por la tarde a jugar, mis amigos del barrio por la noche a las asambleas, a los talleres, a las clases de idiomas, a aprender a hacer stencils, a ejercicios de circo o simplemente a estudiar o aprovechar la biblioteca. 

Había un ropero, una sala de juegos, conciertos y actuaciones. La participación de las distintas comunidades de inmigrantes es continua en un barrio y una ciudad que sistemáticamente los ignora. Etcétera, etcétera. ¿Y todo esto, ahora, va a desaparecer sin más?
Salvo la honrosa excepción del grupo municipal de Izquierda Unida, que desde el principio se manifestó en defensa del CSA, los partidos de la capital han decidido que todos estos servicios no son necesarios, y que Al Trajín es prescindible. Se ponen del lado de una ciudadanía que tiene suficiente con hacer talleres de encaje de bolillos en el centro municipal. Pero, si los números no mienten, esa ciudadanía está despertando de a poco. Probablemente miran la labor que tienen entre las manos. Y descubren de repente que están hartos de tanto encaje de bolillos ideológico. De tanta paradoja inventada por los que manejan los raseros. De que impongan sus soluciones los que desestiman sistemáticamente las nuestras.
Estamos aquí, somos nosotros. 

Y defendemos el CSA.

1 comentario:

Josema dijo...

Grandes